Poner límites amorosos ... sin usar el paraguas.

Adorar al niño

Adorar viene  de » ad-orare» rendir culto a un dios.

¿Recuerdas como te sentiste cuando nacieron tus hijos? Seguro que sí,  eso no se olvida.

Mi hijo nació poco antes de Navidad,  o sea que fue mi mayor regalo  , me sentí la mujer  más afortunada del mundo. Miraba su carita y sentía que era lo mejor que me había pasado en la vida.

A los hijos se les quiere muchísimo,  haríamos cualquier cosa por ellos ¿Verdad? 

En mis clases y en mis consultas veo a padres que no sólo quieren, sino que «adoran»a sus hijos. El hijo es el centro de todas las miradas, hacen todo lo que él quiere, le compran todas las cosas ( y más) de las que pide. 

Y entonces el hijo pasa a ocupar un lugar que no le corresponde,  pasa a sentirse más importante que sus padres, y por ende, más importante que todo el mundo. 

Ya tenemos lo que se conoce como Síndrome del emperador. 

Pero en esa posición, además de atraer mil problemas de relación, el niño «se quema».

Como en el mito de Dédalo e Ícaro, tanto subió y se acercó al sol, que se le quemaron las alas.

Y aquí vienen los problemas, especialmente en la adolescencia. Un niño tirano se va sosteniendo, hasta que llega la adolescencia, los padres se ven desbordados, ya no hay manera de poner límites.

Y hay que poner límites. Sí, o sí.

Un día alguien me preguntó si podía dar un ejemplo de poner límites amorosos a un hijo.

Le expliqué algo de mi propia historia.

Una vez estuve a punto de pegar a mi hijo con un paraguas, y el paraguas era de los grandes, de un metro o así.

Lo explico ahora porque si fue delito haber intentado pegar un paraguazo a un hijo, supongo que ya habrá prescrito.

Espero.

Te explico…

Mi hijo adolescente de 16 años estaba en esa época en que quería salir a todas horas y yo no le dejaba.

Una noche discutimos porque pretendía irse a una discoteca, él solo y a horas intempestivas.

No le dejé, por supuesto. Se enfadó, claro.

“Que no te vas”

“Pues me voy igualmente” … y se acercó a la puerta.

En aquel momento solo podía hacer una cosa, impedirle el paso. Pero ya entonces medía bastante más que yo. Si me pegaba un empujón, me tumbaba.

O sea que cogí lo primero que tuve a mano. El paraguas.

Y amenazándolo con él le dije: “Si sales por esa puerta te pego un paraguazo”.

No sé si lo hubiera hecho o no. Seguramente en el estado de enfado y excitación del momento sí lo hubiera hecho.

Aunque me hubiera arrepentido.

Pero no hizo falta.

Entró en casa, cerró la puerta de su habitación con un portazo y se encerró sin hablarme unos cuantos días.

Ya está, se acabó.

Nunca más tuvimos problemas por la hora de vuelta de la discoteca. Lo hablábamos, la pactábamos y ya está.

Amenazar a mi hijo con un paraguas fue ponerle límites.

Tal vez no te parezcan muy amorosos, pero era exactamente lo que necesitaba mi hijo, por su carácter explosivo.

Tal vez con el tuyo tengas que actuar de otra manera, tendrás que encontrar “tu propio paraguas ” pero lo que tienes que tener claro sí o sí, por tu bien y por el suyo, es que tienes que ponerle límites claros. Sobre todo en la adolescencia.

Tú eres el adulto, él es el pequeño.

Tú decides, le guste o no.

Lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es dejar de adorarlos para pasar a quererlos sin más.

Y quererlos es darles el lugar de hijos, de pequeños. Marcarles límites, decirles NO.

Nosotros somos sus padres, por lo tanto tomamos las decisiones importantes por ellos.

Aunque no nos guste.

Aunque sea incómodo.

Sosteniéndolo con nuestra fuerza de adultos.

¿Y de dónde cogemos nuestra fuerza de adultos? De nuestros propios padres.

Lo que en constelaciones llamamos, “tomar a los padres”.

¿Qué pasa si no puedo sostener poner límites a mis hijos?

Pues tendríamos que hacer una constelación para verlo, pero te voy a dar un adelanto.

Pregúntate qué relación tienes con tu propio padre.